Mi Profesor, el que no Quería ser Maestro

Mi Profesor, el que no Quería ser Maestro

A mi mejor Maestro, aquel que nunca fue superado, quien me mostró que yo tenía un don que debía compartir y con el cual, al mismo tiempo, podía ganarme el pan y llevarlo a casa; mi amado maestro Luis Aguado Olvera.

Como la mayoría de los alumnos que inician sus estudios en la secundaria, yo estaba muerta de miedo, había escuchado que la secundaria era otra cosa, lo más difícil del mundo y peor aún, que ahí si reprobaban, donde a diferencia de la primaria, todos y cada uno, independientemente de su desempeño durante los 6 grados que componen esta etapa educativa; pasaban o “panzaban” porque Dios así lo quería. Creo que era cierto porque si bien yo no era en absoluto brillante, menos aún  en temas matemáticos, había otros 40 que decían: quítate que ahí te voy; no hacían las tareas, se la pasaban castigados y para cerrar con broche de oro reprobaban cada examen que presentaban, pero ahí estaban, muy felices y campantes el día de la entrega de boletas al final del año, compartiendo la gloria con “los aplicados”, con el mismo nivel de dicha y orgullo infinitos de aquellos, por haber aprobado y asegurarse un lugar en el siguiente año escolar.

Cada año, el día final de entrega de boletas, yo preguntaba con cara de susto y la boca seca como un chicharrón, mientras trataba de leer la cara de mi mamá Susy, al revisar mi boleta de calificaciones que recién le había entregado el profesor… ¿Pasé? Era quizás la única ocasión del año en que se me dificultaba hablar para decir aquella única palabra, entonces, ella sacaba maliciosamente provecho de la ocasión gozando de mi evidente terror, tardaba, o al menos a mí así me parecía, demasiado tiempo en responder un escueto “Sí”. No preguntaba más, me importaba un comino y me unía a celebrar muy dichosa con mis iguales de talento limitado por el logro obtenido.

Considero que el sistema escolar público, con sus abarrotados salones llenos de quizás 60 chamacos, estaba “obligado” a pasar al grupo completo, porque si hubieran reprobado a todos los que debían repetir el año, seguramente en un punto, habríamos grupos con 400 alumnos en ciertos grados o quizás en vez de haber grupos A, B, C y D; podrían llegar hasta tercero Z y un minúsculo y selecto grupo de elite, en los niveles finales o, de hecho, en mi época, solamente estaría Arturo, en sexto grado, el niño más perfecto y bien peinado que la historia ha visto jamás, era en verdad imposible acercarse a ese estándar y en nuestra corrosiva envidia, lo veíamos como el causante de que nos viéramos más estúpidos, así que la estrategia era apartarnos del “consentido” del maestro en una especie de bullying de la ley del hielo. Ni Arturo o alguno de sus cabellos tiesos por el spray Aqua Net, se inmutaban, gozando la gloria de saberse el más listo del salón y la prueba viviente de que el profesor tenía mucho mérito en ese logro y de que los demás debíamos tener un error genético irreparable.

Recuerdo vívidamente el primer día de clases en la secundaria, con mi uniforme azul marino tipo jumper, blusa y calcetas blancas que siempre se me bajaban hasta los tobillos a causa de mis piernas flacas; mi escuela era solo para mujeres, se llamaba “Instituto 5 de mayo” la cual era administrada por religiosas, algunas de ellas incluso profesoras. Ese primer día, tomé un lugar en la primera fila cuando me di cuenta de que cada quien podía escoger su butaca. En la primaria, generalmente sentaban a la crema y nata de los alumnos en las filas de adelante y de manera progresiva las filas se iban cubriendo hacia atrás con los de capacidades menores, yo me ubicaba, en el mejor de los casos, de la media para atrás lo que no era nada bueno para mí, dada mi baja estatura y alta capacidad para distraerme con el “relajo” que generalmente se armaba atrás. Creo que es irónico, habría que invertir el acomodo a la inversa para apoyar a los más necesitados de atención, pero bueno, a algunos nos sirvió el orgullo maltratado para agarrar vuelo.

Yo ignoraba que tendríamos tantos profesores, uno por cada materia: Civismo, Geografía, Historia, Química, Biología, Matemáticas (¡uffffff!!!!), Lectura y Redacción, inglés, Artísticas, taller de taquimecanografía o corte y confección, Educación Física.

 

Fue una sorpresa agradable realmente y fue entonces que mi reprimida ñoñez explotó y se tragó de un bocado a la tímida y minúscula Jazmín de las filas de atrás. En este nuevo espacio, todas estábamos comenzando de cero, mi oscuro pasado estudiantil de la primaria quedaba atrás.

Los profesores y profesoras fueron desfilando uno a uno en el lapso de los primeros días, hasta donde me era posible, yo intentaba anotar cada una de las palabras que ellos decían, incluso, comencé a escribir las notas en taquigrafía, pero el problema no era escribirlas sino posteriormente traducirlas porque solo había tomado unas tres clases de taquimecanografía y luego me cambiaron probablemente por un tema de cupo, así que aborté la misión y me quedé con hojas llenas de garabatos indescifrables. Posteriormente dominé el arte de tomar apuntes e incluso en ocasiones, me los pedían prestados para estudiar antes de los exámenes, era una buena forma de popularidad y una sensación extraña el convertirme en una “Artura” en aquella época, aunque claro, no tan peinada definitivamente.

El día que conocí al Maestro Luis Aguado, sin imaginarlo, fue un parteaguas en mi vida futura, personal y profesional. El impartía la clase de Español y el Taller de Lectura y Redacción. Siempre usaba traje y a mí me parecía que le quedaban un poco grandes o quizás era la moda de la época, llevaba anteojos de fondo grueso e invariablemente siempre pulcro y bien presentado. Se apoderaba del escenario con un tono de voz firme pero gentil y hablaba usando expresiones coloquiales que nos hacían reír mucho, pero no tanto para que el grupo se le saliera del “huacal”, emanaba autoridad y sabiduría.

Me encantó su manera de expresarse, mezclada con un rico uso del idioma español y bromas medidas que lanzaba sin que las vieras venir. Nos decía “María” a todas, e identificábamos a cuál de nosotras se dirigía, por la dirección de su mirada, así que había que estar muy al pendiente del él para saber a quién le lanzaba una pregunta o comentario. En las escuelas mixtas donde impartía clases, a todos los hombres les llamaba “Jacintos” . Recuerdo que incluso para regañar, tenía un estilo que nos permitía salir con la dignidad a flote, pero con la vergüenza suficiente para pensar 2 veces antes de pasarnos de listas.

Uno de los objetivos primordiales de sus clases era el describirnos de manera verbal, síntesis de obras literarias clásicas y lo hacía con tal maestría que nos llevaba con la imaginación a esos lugares, percibíamos casi en carne propia a personajes de obras como La Ilíada y la Odisea, El Periquillo Sarniento, La Divina Comedia, Pedro Páramo, El Quijote de la Mancha, Los de Abajo y poemas clásicos entre otros. El tiempo volaba durante las clases del maestro Aguado y su lección terminaba demasiado pronto para mí.

Casi sin darme cuenta, implantó en mi ser, la semilla de la curiosidad por la lectura, las reglas gramaticales para generar escritos claros y oportunos, la escritura irreverente que en ocasiones domina mi estilo literario. Todo eso y más se adentró en mi ser para no irse jamás, acompañándome frente a páginas en blanco que debían ser llenadas de mensajes de acuerdo a la situación.

 

Él no sabía cuan desesperadamente necesitaba reconocer en mí, uno de los dones que, como a todos, nos fueron otorgados, e iluminó mi camino para ayudarme a descubrirlo y afianzarme a él por todo lo que no pude concretar a lo largo de mi vida.

Al final de cada clase, el Maestro Aguado nos dejaba una tarea de redacción que implicaba expresar principalmente nuestro sentir particular hacia temas diversos, por ejemplo: ¿Qué quiero ser cuando sea grande?, ¿Qué es lo que más me gusta hacer fuera de la escuela?, ¿Qué es lo que no me gusta de mí? ¿Cuál es mi materia favorita? ¿Qué es lo que más me hace enojar? Y una que no puedo olvidar era ¿Qué es lo que me cae más gordo del maestro? Las tareas debían cubrir una hoja tamaño carta por ambos lados y calificaba la redacción, ortografía y caligrafía. Recuerdo muy bien que en esa tarea le reclamé por no aprenderse los nombres de sus alumnos y alumnas y que no me gustaba que me dijera María y que era demasiado exigente para calificar, pero sufrí en verdad para llenar 2 planas de las cosas que no me gustaban de él porque en verdad esperaba con ansias su clase, incluso me consideraba secretamente la presidenta de su club de admiradoras. Seguramente critiqué su traje o sus lentes o su peinado, no lo creo; ¡pero tampoco recuerdo cómo logré completar esa tarea y por supuesto… siguió llamándome María!!!

La tarea revisada nos la entregaba a la siguiente clase y yo esperaba con ansias el momento para ver mi calificación, en realidad siempre me iba bastante bien; probablemente un promedio de 9 entre las 3 calificaciones de cada tarea, pero aun así me desilusionaba cada vez por no haber podido lograr el 10 perfecto… ¡hasta el día que lo logré! Cuando me entregó ese ejercicio épico en mi historia estudiantil y vi el triple 10, cada uno separado como siempre por una rayita, fue un instante que quedó grabado en mi recuerdo como la evaluación que más he apreciado en mi vida y sobretodo porque estaba consciente de que el maestro Aguado reservaba esa calificación para casos que realmente lo merecían. Esa tarea fue lo único que guardé de mi etapa de secundaria hasta que el tiempo y las vicisitudes de mi vida, me hicieron perderla de vista, más nunca dejó de estar presente en los momentos de duda donde debí redactar o corregir documentos importantes que debían estar perfectamente estructurados, esa calificación me dijo que era capaz de lograr un 10 perfecto si me esmeraba lo suficiente.

Al maestro Aguado no le gustaba que le dijéramos maestro pues sentía que era un título que no merecía, sino que se autonombraba profesor y así debíamos llamarlo, pero para mí, fue, es y será, un maestro extraordinario cuya labor fue mucho más allá de simplemente transmitir conocimientos, él ponía el alma para llevar nuestra mente y corazón a esos lugares mágicos y para presentarnos a esos personajes reales y ficticios con una claridad extraordinaria. Personalmente fue el promotor que hizo nacer en mí, la pasión por la lectura y la escritura con algunos modestos casos de éxito y que me permitió llevar el pan a mi hogar, cuando fui responsable de las comunicaciones, en algunas empresas muy relevantes en sus ramos, esto, sin haber recibido una formación profesional en la materia. Todo empezó con aquel 10 que él me otorgó, fue lo único que necesitaba, después de todo, para iniciar un incendio basta una chispa.

Hace poco tiempo, durante una conversación con amigas de la secundaria, surgieron los nombres de algunos profesores de ese tiempo y por supuesto, el del querido maestro Aguado afloró y  en mis memorias volvió a encenderse la añoranza de esas clases imborrables, esos proyectos de redacción que fueron una catarsis para mí, y seguramente para muchos de sus alumnos, fueron el espacio perfecto para abrir el corazón, la mente y el alma para hablar de nuestros, sueños, planes, miedos y opiniones; fue quizás la única opción que se nos brindó para ser escuchados o leídos sin reprimendas o juicios. Muchos sufrimientos escondidos lograron salir y diluirse en el viento sin mayores aspavientos, en esa etapa de la adolescencia donde todo es magnificado, donde en cuestión de minutos, uno se puede sentir eufórico o el ser más desgraciado que haya existido desde antes de que Adán naciera, o de que el mono decidiera convertirse en humano. Fue en esas vaciadas de alma, algunas veces hechas con desgano al ser impuestas, que muchas verdades fueron auto rebeladas y dimensionaron de algún modo nuestras pesadumbres, luchas internas, debilidades y sentimientos de impotencia; era muy sabio el maestro Luis, sabía muy bien lo que hacía.

Fue en esas sesiones de terapia inconsciente, que muchos encontramos fortalezas o puntos de apoyo para aferrarnos cuando fue necesario, cuando había tanto que perder, como fue en mi caso y que marcó para bien el rumbo de mi vida. 

Por este medio, que es en el que mejor puedo comunicarme, quiero externar mi eterno agradecimiento al maestro favorito de todas las etapas de mi vida educativa; indudablemente su toque marcó positivamente a muchas más personas de las que él  imagina, hoy quise aprovechar para decírselo y reconocer desde el fondo de mi corazón su influencia positiva en mi vida, por las alas que le dio a mi imaginación y autoestima para reconocerme un don que ha hecho su labor en afortunadamente muchos momentos de alegría personal y para el servicio de otros. Después de todo, ¿es el propósito de los dones verdad? Servir a otros, así como Ud. utilizó el suyo para guiarnos a su montón de Marías y Jacintos durante 62 años de docencia, mi inolvidable maestro Aguado. Que Dios le bendiga y bendiga todo lo que Ud. ama.

Publicado por Yaz Verdi

Escritora, madre, esposa y estudiante mexicana.

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10 Comentarios

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  1. Tía, la forma en que te expresas de tú maestro logra llévate hasta ese lugar en qué descubriste algo que amabas y te hace sentir la misma emoción de haber conseguido la deseada calificación, además el cómo hablas de tu infancia logra sacar una sonrisa.
    Sin duda personas como el profesor Aguado hacen que los demas sean mejores no solo como estudiantes en su momento o profesionistas en el futuro si no como personas a lo largo de su vida.

  2. Querida Jaz:
    Verdaderamente tienes talento para escribir, me hiciste vivir, imaginar, ver, reír.. te felicito!!!! Eres genial!!! nunca lo dejes.
    Dios te bendiga 🙏🌹😉💕

  3. Jaz te felicito verdaderamente tienes un Don para escribir, nunca lo dejes de hacer me sacaste una que otra risa fué inevitable.
    Dios te bendiga.

  4. Hola Jaz, que recuerdos tan bellos , te felicito por lo escrito y te deseo mucho éxito y bendiciones.

  5. Yaz me deckaro tu mas grande admiradora, me remontaste a esos tiempos de la escuela, y me vi en el salon de clase con el profesor, querido maestro Aguado al frente. Gracias amiga, leeré todo lo que escribas!

  6. Mi querida Jaz
    Hoy te doy las gracias por compartir tu talento pero más aún por ese bello homenaje a tan grandioso personaje El Maestro Luis Aguado quien como bien dices su legado ahí queda en cada uno de aquellos quien fuimos sus alumnos
    Mucho éxito Amiga !!!
    👏👏👏🌷🌷🌷
    Te quiero
    Oliv

  7. Mi querida Jaz!!!! Expresarle y hacer lo que tú hiciste de redactar tanta anécdotas de vivencias, Woo!!! me recordó también mi niñez, Que hermosas palabras de agradecerle a quien nos compartió tantas enseñanzas de su vida, Felicidades amiga